jueves, 8 de marzo de 2012

Capítulo IX - 1ª Temp.

Año 2025. Tras La crisis de la década, como se denominó a la severa constricción económica que transcurrió de 2008 a 2018, la debilidad de los estados se hace patente y las múltiples rebeliones surgidas desde todos los estamentos sociales sumergen a muchas naciones en sangrientas guerras civiles. Los ejércitos, divididos entre partidarios de la sublevación y leales al gobierno, ven mermada su capacidad para mantener el orden y contener a los numerosos grupos violentos que asaltan todo tipo de instalaciones en busca de armas, medicamentos o combustible, pero sobre todo, en busca de alimentos. La producción ha caído por debajo de los niveles que garantizan el abastecimiento básico de la población. Las principales redes comerciales se han visto afectadas por el encarecimiento del petróleo, que comienza a escasear. Los rumores acerca de la desviación del crudo a depósitos privados que implican a varios mandatarios no ayudan a mantener la confianza en el sistema. La seguridad se convierte en el principal objetivo y pesadilla de los gobiernos que al ver mermada su capacidad militar temen que otros países amenacen su soberanía, con lo que destinan los pocos recursos que aún conservan a desarrollar medidas defensivas ante posibles invasiones. Esta postura es considerada como un gesto de clara desconfianza y las tensiones internacionales aumentan de manera alarmante. Los acuerdos se rompen, las alianzas desaparecen, las peticiones se tornan amenazas y la diplomacia queda barrida de un plumazo.

No serviría de nada explicar quién comenzó a atacar a quién ni cómo, porque todos los países desarrollados del mundo habían tomado ya medidas encaminadas a un más que probable escenario bélico internacional. Armamento nuclear, biológico, prototipos no probados… Naciones enteras pasando hambre y miserias pero armadas hasta los dientes. Una llamada, una orden, un botón y todo se desencadenó a una velocidad que no dio lugar a vacilaciones. La devastación fue casi total. De ahí que lo llamaran El Apocalipsis.

Podríamos decir que no hubo vencedores ni vencidos, pero mentiríamos. La única economía que había permanecido estable durante la crisis y por tanto, la única nación que había logrado mantenerse fuerte, librándose de sentirse acechada, era China. Mientras el resto de países desarrollados mantenían encarnizadas luchas internas y se debilitaban de cara al exterior, China había ido preparándose para lo que era más que la crónica de una muerte anunciada. Sus numerosos ejércitos rozaban la perfección y su tecnología armamentística había podido evolucionar a cotas muy por encima del resto del mundo. Era el momento perfecto para lograr una expansión sin precedentes y se la habían servido en bandeja.