martes, 3 de abril de 2012

Capítulo X - 1ª Temp.

El sol estaba en lo más alto y azotaba con fuerza la espalda Aarón. Acababa de introducir sus pies en aquellas aguas cristalinas y sentía el alivio de su frescor. La suciedad que acumulaba tras varios días de caminar comenzó a disolverse dejando al descubierto alguna que otra llaga de aspecto no muy saludable. Poco a poco fue adentrándose hasta que pudo sumergirse por completo y gozar de la silenciosa calma que reinaba bajo el agua. A pesar de eso no podía quitarse de la cabeza la imagen de su amigo Saúl agonizando en sus brazos. Había hecho todo lo posible por contener la hemorragia pero la herida era demasiado profunda y ya había perdido mucha sangre cuando acudió a socorrerle.
Salió a la superficie cuando ya no pudo aguantar más la respiración y se quedó flotando boca arriba totalmente relajado. Corría una ligera brisa de aire que mecía con suavidad los árboles que rodeaban el lago. Recordaba cada una de las veces que habían estado allí de pequeños bañándose y jugando mientras sus madres recogían frutos y raíces. Con el tiempo tuvieron que abandonar la zona y comenzar a ir de un lugar a otro para buscar comida y refugio, pero sobre todo para evitar que los bandidos les encontraran fácilmente. “Ya no hay sitios tranquilos en estas tierras ni lugares en los que esconderse” recordaba haberle oído a su padre mientras abrazaba con fuerza a su madre. Fue entonces cuando dejó de ser un niño.
Saúl y él habían sido como uña y carne toda la vida y, aunque ambos habían tenido que aprender a valerse por sí mismos, nunca iban a ningún sitio el uno sin el otro. En más de una ocasión esto les había salvado la vida, pero aquella vez había sido diferente. El destino había querido separarles y Aarón no entendía por qué. Deberían haber muerto los dos alcanzados por la flechas y sin embargo cuando salieron del bosque, los bandidos dejaron de perseguirles. Jamás olvidará aquellas caras de asombro. Saúl a escasos metros de ellos desangrándose y él paralizado ante la impotencia de no poder hacer nada. Cualquiera de ellos habría podido abatirle sin dificultad pero no lo hicieron, estaban desorientados, como si nos les vieran, como si hubieran desaparecido a sus ojos. Se miraban entre ellos e intercambiaban voces y gestos de ira. Parecía que se culpasen unos a otros sin saber muy bien de qué. Ambos amigos evitaron hacer cualquier ruido o movimiento ante el sorpresa que les producía aquella situación. No daban crédito a lo que estaban presenciando pero así era, los bandidos daban media vuelta y regresaban al bosque.
Aarón aún esperó unos segundos antes de correr hacia su amigo que ni siquiera había hecho amago de moverse puesto que ya intuía que aquella iba a ser su última aventura. Apenas tenía ya fuerzas para hablar cuando llegó a su lado y comenzó a presionar la herida para después intentar hacerle un torniquete.
-          ¿Qué ha pasado, Aarón?
-          No lo sé. Creo que no nos han visto. Te pondrás bien.
-          Estaba delante de ellos.
-          Lo sé. Pero eso no importa ahora. Te voy a sacar de aquí.
-          Aarón, no malgastes tu suerte conmigo…
Fueron sus últimas palabras. Nunca las olvidaría aunque presentía que no había sido la suerte lo que les había librado de aquellos bandidos. No se equivocaba.