martes, 8 de mayo de 2012

Capítulo XI - 1ª Temp.


El grupo de asaltantes caminaba de vuelta al campamento con la incertidumbre que les había causado perder a sus víctimas tan inexplicablemente. No podían concebir que se les hubiesen escapado en campo abierto, pero así había sido. Apenas les llevaban unos metros de ventaja cuando al salir del bosque se desvanecieron por completo. Delante de ellos, una gran llanura, vacía. Aquellos jóvenes cuyo único error había sido cruzarse en su camino habían logrado salvar la vida o tal vez alguna fuerza desconocida les había hecho desaparecer de la faz de la tierra. En cualquiera de los casos, aquellos hombres no comprendían lo que acababan de presenciar.

Cuando se encontraban a mitad de camino decidieron separarse en busca de alguna presa a la que poder cazar. Abarcarían más terreno y serían más sigilosos si cada uno iba por una ruta diferente, además, como el bosque era bastante denso en algunas zonas, evitarían confundirse unos a otros como ya les sucediera cuando sus propias flechas habían acabado con la vida de un compañero al que confundieron con un cervatillo.

Uno de ellos estuvo siguiendo un rastro que, aunque se alejaba bastante de su zona, parecía que podía ser lo suficientemente grande como para alimentar a todo el campamento durante un par de días. Las huellas cada vez eran más recientes, lo que le indicaba que se estaba acercando. Avanzó lentamente. A poca distancia había un claro entre los árboles y allí estaba plácidamente, ajeno a su destino, un magnífico ejemplar de ciervo. No se había equivocado, pesaría más de doscientos kilos. Rodeó al animal buscando un buen ángulo de disparo. Dejó la ballesta en el suelo y armó con una larga flecha el arco que llevaba a la espalda. Siempre había preferido cazar con arco a cualquier otro método. Apuntó al corazón del animal y contuvo la respiración. Fue entonces cuando oyó que alguien más se acercaba. No era el único que perseguía aquel ciervo. Giró la vista apenas un segundo y cuando volvió hacia el claro el animal había desaparecido. Ocultó la ballesta bajo unas ramas secas y corrió a esconderse tras unas rocas. Del otro lado del bosque aparecieron unos muchachos. También seguían al animal pero por suerte no habían detectado su rastro. Permanecieron allí observando algo en el suelo. Desde su posición no podía ver de qué se trataba. Estaba atardeciendo y aquellos jóvenes tenían intención de pasar allí la noche. Si intentaba escapar corría el peligro de ser descubierto así que se mantuvo oculto, observando detenidamente a aquellos inesperados visitantes.

A la mañana siguiente el grupo de jóvenes desenterraba algo del suelo y entonces vio que esa era su oportunidad. Estaban lo suficientemente distraídos como para haber descuidado su retaguardia. Reduciría a uno de los chicos de un flechazo y se abalanzaría sobre una de las chicas a la que cogería como rehén para asegurar su huida. Sería un buen botín que llevar al campamento. Claro, que las cosas no salieron como él esperaba.