lunes, 20 de febrero de 2012

Capítulo VIII - 1ª Temp.





Un par de chicos corren despavoridos  a través de un espeso bosque. Las ramas de los árboles les arañan brazos y piernas llegando incluso a desgarrar parte de su carne con violencia, pero no hay dolor ni tiempo para curas, sus vidas dependen de cuán rápido puedan escapar y ocultarse en lugar seguro.  A pocos metros, tras ellos, un grupo de seis o siete intenta darles caza. Llevan mazas y ballestas que disparan sin mucha precisión. Gritan y aúllan para causar terror en sus víctimas. Y lo consiguen. Los dos jóvenes huyen asustados sin saber muy bien cuál fue su culpa pero sí cuál será su destino si los capturan.

El bosque llega a su fin. Una verde y gran llanura se extiende frente a ellos. Se acabó. En cuanto salgan a campo abierto serán un blanco fácil para sus flechas. Pero no tienen alternativa. Correrán con todas las fuerzas que les queden, que no son muchas, e intentarán llegar hasta el río y dejarse llevar por su caudal. Sus perseguidores no arriesgarán la vida en el agua por ellos y los darán por muertos, ya que es imposible sobrevivir a las corrientes que en esta época del año fluyen por los ríos de la zona. Ellos también lo saben. Morir ahogados les parece mejor opción que hacerlo a manos de aquellos salvajes.

Salen del bosque. Uno de los dos se va quedando rezagado. Una rama le ha hecho un corte profundo en la pierna derecha por donde está perdiendo mucha sangre. No lo conseguirán, al menos no los dos. Por eso decide detenerse y ofrecerse en sacrificio para que su compañero pueda tener una oportunidad para escapar con vida. Se deja caer al suelo y presiona la herida para cortar la hemorragia. Piensa en lo ridículo de su gesto y retira sus manos dejando brotar la sangre libremente. Con suerte habrá perdido el conocimiento antes de que le cojan. El otro  se percata de la situación, se gira y se detiene con dudas. Observa como sus perseguidores acaban de salir del bosque. Su compañero está a apenas cincuenta metros de ellos y hay otro tanto hasta donde él se encuentra. No puede ayudarle.

Los cazadores han dejado de gritar. Se han detenido y parecen desorientados. Se miran unos a otros extrañados. Avanzan unos metros con prudencia, como si estuvieran rastreando. Observan la llanura, buscan a sus presas pero no las ven por ningún sitio. Se han esfumado delante de sus narices.