Las noticias que llegan desde el exterior no predicen nada
bueno. Todas las cadenas internacionales anuncian el inicio, más que inevitable,
de un gran conflicto bélico de dimensiones desconocidas hasta la fecha. Los
saqueos y el vandalismo se han apoderado de las calles de las principales
capitales y el caos y la anarquía se imponen a la razón. El miedo ha hecho que
familias enteras abandonen las ciudades y se refugien en las montañas. El
contrabando de armas y alimentos se ha convertido en la principal actividad
económica. Cada cual toma la justicia y la defensa de sus derechos por su
cuenta, apretando el gatillo al menor síntoma de amenaza. Los cuerpos inertes
se pudren por las calles sin que nadie se digne siquiera en apartarlos. La ley
del más fuerte es la única que parece ser respetada.
El mundo se desmorona ante sus ojos y no pueden hacer nada
para impedirlo. Serán testigos de excepción de la destrucción de toda una
civilización. A varios cientos de metros bajo la superficie estarían protegidos
de todo cuanto aconteciera en el exterior, aunque sus planes se verían trastocados.
No contaban con aquel contratiempo que iba a postergar su regreso más de lo que
hubieran deseado. Conocían las consecuencias de una guerra de tales dimensiones
así que durante semanas estuvieron planificando y preparando sus instalaciones
para no perder el acceso a las principales fuentes de energía y abastecimiento que
les garantizases la supervivencia durante los aciagos años que se avecinaban.
La tierra se estremeció durante días como nunca nadie hubiera
imaginado. Luego, la clama. Oscuridad siniestra y aromas de muerte. Silencio. En
la superficie se celebra un funeral. El negro velo de la desgracia oculta el
firmamento dejando caer lágrimas de cenizas que pintan paisajes de grises. No
sabemos quién oficia ni a qué dios eleva sus oraciones. Tal vez los dioses
también hayan sucumbido a la barbarie. El invierno ha regresado antes de tiempo
y viene para quedarse una larga temporada.
En el interior de la tierra, las instalaciones funcionan
perfectamente. Los niveles de radiación permanecen estables. La subsistencia es
viable pese a que las salidas a la superficie no sean posibles. La avanzada tecnología
con la que cuentan les permite obtener energía del interior de la tierra de
manera constante y controlada, además de generar el oxígeno suficiente, obtener
agua y los alimentos necesarios. Podrían incluso continuar con las reparaciones
aunque a un ritmo mucho menor ya que gran parte de los materiales que
necesitaban los obtenían en el exterior, así que eran conscientes de que tenían
por delante una larga estancia.
Durante una revisión de mantenimiento rutinaria, de las
muchas que se hacían cada semana, uno de los controladores observó que había un
piloto parpadeando en una de las consolas de control del exterior. Tuvo que
consultar el manual puesto que era la primera vez que lo veía encenderse. Se
trataba de un sensor de movimiento, pero no de cualquier tipo de movimiento, sino
de movimiento humano. La sorpresa era inmensa. Habían perdido por completo la
esperanza de volver a ver a un ser humano en la superficie. No era para menos porque desde el final de la
guerra habían pasado ya quinientos años.