No había alternativa. Debía
retroceder y confiar en que su contrincante no se hubiera percatado de sus
intenciones o de lo contrario el fin sería inevitable. Aunque eso era mucho
pedir. Un mal movimiento daría al traste con cualquier ocasión de victoria y
sabía de sobra que no le iba a conceder ninguna tregua. Ambos se miraron
fijamente. Una leve sonrisa maliciosa se dibujaba en el rostro de uno de ellos.
Aquel duelo iba a decidirse en apenas unos segundos. Aún había una oportunidad,
una esperanza de salir indemne del acoso que estaba sufriendo y poder lanzar un
contraataque mortal. Retrocedió, pues, lo suficiente para evitar otro embiste. La
ofensiva estaba en marcha. Se había percatado de su punto débil desde hacía
varios minutos pero no había tenido la posibilidad de aprovecharlo. Por fin
había llegado el momento y no lo iba a dejar escapar. Levantó la mano
lentamente y las yemas de los dedos se posaron suavemente sobre la que iba a
ser su principal arma de ataque. Su adversario comprendió al instante sus
intenciones y su sonrisa se desdibujó hasta convertirse en una ridícula mueca.
- Alfil a e6, jaque.
Si cedía la posición de Rey entraría
en un callejón sin salida. La otra opción pasaba por sacrificar a la Dama y
continuar con una importante desventaja. No podía creerlo. Iba a perder la
partida después de llevar la iniciativa durante todo el tiempo. Pero la decisión no iba a tener
que tomarla aún. La entrada de un controlador en la sala de recreo interrumpió
la concentración de ambos jugadores. Llegó hasta la mesa en la que se
encontraban intentando disimular su exaltación.
- Señor,
tiene que acompañarme, es muy importante.
- ¿De
qué se trata?
- Señor,
se lo contaré por el camino. -Alzó la vista y comprobó que el resto de la sala estaba
pendiente de él.
- Muy
bien. -Se levantó de su asiento y se dirigió a su rival- Aplazaremos la partida.
- Cuando
quiera, señor. Ya sabe que siempre es un placer poder derrotarle.
Titubeó un
instante, pero no dijo nada. Se limitó a lanzarle una mirada desafiante y dejar
caer su Rey con un gesto un tanto airado. Después siguió a paso ligero al
controlador. Una vez en los pasillos y sin las miradas de los curiosos le
volvió a preguntar.
- ¿De
qué se trata?
- Señor,
uno de los sensores de movimiento de la superficie se ha activado hace una
hora.
- ¿Y
por qué se requiere para eso de mi presencia?
- Señor,
es el sensor que detecta presencia humana.
Su cara cambió
totalmente y olvidó por completo su duelo ajedrecístico. Tomó el informe que le
ofrecía el controlador con los datos obtenidos y le echó un vistazo por encima.
- ¿Hombres?
¿En el exterior?
- Sí,
señor.
- ¿Lo
han cotejado?
- Sí,
una docena de veces. No hay dudas, señor.
- Pero…
no es posible…
- Por
eso le han ordenado presentarse en su puesto, señor.
No podía
creerlo. Comprobó que los datos eran correctos. No se explicaba cómo habían pasado
desapercibidos durante tanto tiempo y, menos aún, cómo habían podido sobrevivir
en el exterior en aquellas condiciones. Debían organizar una expedición a la superficie.
La primera en cinco siglos. Sintió que le temblaban las piernas. Su nombre encabezaría
la lista.