lunes, 24 de septiembre de 2012

Capítulo II - 2ª Temp.

No había alternativa. Debía retroceder y confiar en que su contrincante no se hubiera percatado de sus intenciones o de lo contrario el fin sería inevitable. Aunque eso era mucho pedir. Un mal movimiento daría al traste con cualquier ocasión de victoria y sabía de sobra que no le iba a conceder ninguna tregua. Ambos se miraron fijamente. Una leve sonrisa maliciosa se dibujaba en el rostro de uno de ellos. Aquel duelo iba a decidirse en apenas unos segundos. Aún había una oportunidad, una esperanza de salir indemne del acoso que estaba sufriendo y poder lanzar un contraataque mortal. Retrocedió, pues, lo suficiente para evitar otro embiste. La ofensiva estaba en marcha. Se había percatado de su punto débil desde hacía varios minutos pero no había tenido la posibilidad de aprovecharlo. Por fin había llegado el momento y no lo iba a dejar escapar. Levantó la mano lentamente y las yemas de los dedos se posaron suavemente sobre la que iba a ser su principal arma de ataque. Su adversario comprendió al instante sus intenciones y su sonrisa se desdibujó hasta convertirse en una ridícula mueca.

-  Alfil a e6, jaque.

Si cedía la posición de Rey entraría en un callejón sin salida. La otra opción pasaba por sacrificar a la Dama y continuar con una importante desventaja. No podía creerlo. Iba a perder la partida después de llevar la iniciativa durante todo el tiempo. Pero la decisión no iba a tener que tomarla aún. La entrada de un controlador en la sala de recreo interrumpió la concentración de ambos jugadores. Llegó hasta la mesa en la que se encontraban intentando disimular su exaltación.
 
-  Señor, tiene que acompañarme, es muy importante.
-  ¿De qué se trata?
-  Señor, se lo contaré por el camino. -Alzó la vista y comprobó que el resto de la sala estaba pendiente de él.
-  Muy bien. -Se levantó de su asiento y se dirigió a su rival- Aplazaremos la partida.
-  Cuando quiera, señor. Ya sabe que siempre es un placer poder derrotarle.
 
Titubeó un instante, pero no dijo nada. Se limitó a lanzarle una mirada desafiante y dejar caer su Rey con un gesto un tanto airado. Después siguió a paso ligero al controlador. Una vez en los pasillos y sin las miradas de los curiosos le volvió a preguntar.
 
-  ¿De qué se trata?
-  Señor, uno de los sensores de movimiento de la superficie se ha activado hace una hora.
-  ¿Y por qué se requiere para eso de mi presencia?
-  Señor, es el sensor que detecta presencia humana.
 
Su cara cambió totalmente y olvidó por completo su duelo ajedrecístico. Tomó el informe que le ofrecía el controlador con los datos obtenidos y le echó un vistazo por encima.

-  ¿Hombres? ¿En el exterior?
-  Sí, señor.
-  ¿Lo han cotejado?
-  Sí, una docena de veces. No hay dudas, señor.
-  Pero… no es posible…
-  Por eso le han ordenado presentarse en su puesto, señor.
 
No podía creerlo. Comprobó que los datos eran correctos. No se explicaba cómo habían pasado desapercibidos durante tanto tiempo y, menos aún, cómo habían podido sobrevivir en el exterior en aquellas condiciones. Debían organizar una expedición a la superficie. La primera en cinco siglos. Sintió que le temblaban las piernas. Su nombre encabezaría la lista.

martes, 11 de septiembre de 2012

Capítulo I - 2ª Temp.

Las noticias que llegan desde el exterior no predicen nada bueno. Todas las cadenas internacionales anuncian el inicio, más que inevitable, de un gran conflicto bélico de dimensiones desconocidas hasta la fecha. Los saqueos y el vandalismo se han apoderado de las calles de las principales capitales y el caos y la anarquía se imponen a la razón. El miedo ha hecho que familias enteras abandonen las ciudades y se refugien en las montañas. El contrabando de armas y alimentos se ha convertido en la principal actividad económica. Cada cual toma la justicia y la defensa de sus derechos por su cuenta, apretando el gatillo al menor síntoma de amenaza. Los cuerpos inertes se pudren por las calles sin que nadie se digne siquiera en apartarlos. La ley del más fuerte es la única que parece ser respetada.
 
 
El mundo se desmorona ante sus ojos y no pueden hacer nada para impedirlo. Serán testigos de excepción de la destrucción de toda una civilización. A varios cientos de metros bajo la superficie estarían protegidos de todo cuanto aconteciera en el exterior, aunque sus planes se verían trastocados. No contaban con aquel contratiempo que iba a postergar su regreso más de lo que hubieran deseado. Conocían las consecuencias de una guerra de tales dimensiones así que durante semanas estuvieron planificando y preparando sus instalaciones para no perder el acceso a las principales fuentes de energía y abastecimiento que les garantizases la supervivencia durante los aciagos años que se avecinaban.
 
 
La tierra se estremeció durante días como nunca nadie hubiera imaginado. Luego, la clama. Oscuridad siniestra y aromas de muerte. Silencio. En la superficie se celebra un funeral. El negro velo de la desgracia oculta el firmamento dejando caer lágrimas de cenizas que pintan paisajes de grises. No sabemos quién oficia ni a qué dios eleva sus oraciones. Tal vez los dioses también hayan sucumbido a la barbarie. El invierno ha regresado antes de tiempo y viene para quedarse una larga temporada.
 
 
En el interior de la tierra, las instalaciones funcionan perfectamente. Los niveles de radiación permanecen estables. La subsistencia es viable pese a que las salidas a la superficie no sean posibles. La avanzada tecnología con la que cuentan les permite obtener energía del interior de la tierra de manera constante y controlada, además de generar el oxígeno suficiente, obtener agua y los alimentos necesarios. Podrían incluso continuar con las reparaciones aunque a un ritmo mucho menor ya que gran parte de los materiales que necesitaban los obtenían en el exterior, así que eran conscientes de que tenían por delante una larga estancia.
 
 
Durante una revisión de mantenimiento rutinaria, de las muchas que se hacían cada semana, uno de los controladores observó que había un piloto parpadeando en una de las consolas de control del exterior. Tuvo que consultar el manual puesto que era la primera vez que lo veía encenderse. Se trataba de un sensor de movimiento, pero no de cualquier tipo de movimiento, sino de movimiento humano. La sorpresa era inmensa. Habían perdido por completo la esperanza de volver a ver a un ser humano en la superficie. No era para menos porque desde el final de la guerra habían pasado ya quinientos años.

martes, 8 de mayo de 2012

Capítulo XI - 1ª Temp.


El grupo de asaltantes caminaba de vuelta al campamento con la incertidumbre que les había causado perder a sus víctimas tan inexplicablemente. No podían concebir que se les hubiesen escapado en campo abierto, pero así había sido. Apenas les llevaban unos metros de ventaja cuando al salir del bosque se desvanecieron por completo. Delante de ellos, una gran llanura, vacía. Aquellos jóvenes cuyo único error había sido cruzarse en su camino habían logrado salvar la vida o tal vez alguna fuerza desconocida les había hecho desaparecer de la faz de la tierra. En cualquiera de los casos, aquellos hombres no comprendían lo que acababan de presenciar.

Cuando se encontraban a mitad de camino decidieron separarse en busca de alguna presa a la que poder cazar. Abarcarían más terreno y serían más sigilosos si cada uno iba por una ruta diferente, además, como el bosque era bastante denso en algunas zonas, evitarían confundirse unos a otros como ya les sucediera cuando sus propias flechas habían acabado con la vida de un compañero al que confundieron con un cervatillo.

Uno de ellos estuvo siguiendo un rastro que, aunque se alejaba bastante de su zona, parecía que podía ser lo suficientemente grande como para alimentar a todo el campamento durante un par de días. Las huellas cada vez eran más recientes, lo que le indicaba que se estaba acercando. Avanzó lentamente. A poca distancia había un claro entre los árboles y allí estaba plácidamente, ajeno a su destino, un magnífico ejemplar de ciervo. No se había equivocado, pesaría más de doscientos kilos. Rodeó al animal buscando un buen ángulo de disparo. Dejó la ballesta en el suelo y armó con una larga flecha el arco que llevaba a la espalda. Siempre había preferido cazar con arco a cualquier otro método. Apuntó al corazón del animal y contuvo la respiración. Fue entonces cuando oyó que alguien más se acercaba. No era el único que perseguía aquel ciervo. Giró la vista apenas un segundo y cuando volvió hacia el claro el animal había desaparecido. Ocultó la ballesta bajo unas ramas secas y corrió a esconderse tras unas rocas. Del otro lado del bosque aparecieron unos muchachos. También seguían al animal pero por suerte no habían detectado su rastro. Permanecieron allí observando algo en el suelo. Desde su posición no podía ver de qué se trataba. Estaba atardeciendo y aquellos jóvenes tenían intención de pasar allí la noche. Si intentaba escapar corría el peligro de ser descubierto así que se mantuvo oculto, observando detenidamente a aquellos inesperados visitantes.

A la mañana siguiente el grupo de jóvenes desenterraba algo del suelo y entonces vio que esa era su oportunidad. Estaban lo suficientemente distraídos como para haber descuidado su retaguardia. Reduciría a uno de los chicos de un flechazo y se abalanzaría sobre una de las chicas a la que cogería como rehén para asegurar su huida. Sería un buen botín que llevar al campamento. Claro, que las cosas no salieron como él esperaba.

martes, 3 de abril de 2012

Capítulo X - 1ª Temp.

El sol estaba en lo más alto y azotaba con fuerza la espalda Aarón. Acababa de introducir sus pies en aquellas aguas cristalinas y sentía el alivio de su frescor. La suciedad que acumulaba tras varios días de caminar comenzó a disolverse dejando al descubierto alguna que otra llaga de aspecto no muy saludable. Poco a poco fue adentrándose hasta que pudo sumergirse por completo y gozar de la silenciosa calma que reinaba bajo el agua. A pesar de eso no podía quitarse de la cabeza la imagen de su amigo Saúl agonizando en sus brazos. Había hecho todo lo posible por contener la hemorragia pero la herida era demasiado profunda y ya había perdido mucha sangre cuando acudió a socorrerle.
Salió a la superficie cuando ya no pudo aguantar más la respiración y se quedó flotando boca arriba totalmente relajado. Corría una ligera brisa de aire que mecía con suavidad los árboles que rodeaban el lago. Recordaba cada una de las veces que habían estado allí de pequeños bañándose y jugando mientras sus madres recogían frutos y raíces. Con el tiempo tuvieron que abandonar la zona y comenzar a ir de un lugar a otro para buscar comida y refugio, pero sobre todo para evitar que los bandidos les encontraran fácilmente. “Ya no hay sitios tranquilos en estas tierras ni lugares en los que esconderse” recordaba haberle oído a su padre mientras abrazaba con fuerza a su madre. Fue entonces cuando dejó de ser un niño.
Saúl y él habían sido como uña y carne toda la vida y, aunque ambos habían tenido que aprender a valerse por sí mismos, nunca iban a ningún sitio el uno sin el otro. En más de una ocasión esto les había salvado la vida, pero aquella vez había sido diferente. El destino había querido separarles y Aarón no entendía por qué. Deberían haber muerto los dos alcanzados por la flechas y sin embargo cuando salieron del bosque, los bandidos dejaron de perseguirles. Jamás olvidará aquellas caras de asombro. Saúl a escasos metros de ellos desangrándose y él paralizado ante la impotencia de no poder hacer nada. Cualquiera de ellos habría podido abatirle sin dificultad pero no lo hicieron, estaban desorientados, como si nos les vieran, como si hubieran desaparecido a sus ojos. Se miraban entre ellos e intercambiaban voces y gestos de ira. Parecía que se culpasen unos a otros sin saber muy bien de qué. Ambos amigos evitaron hacer cualquier ruido o movimiento ante el sorpresa que les producía aquella situación. No daban crédito a lo que estaban presenciando pero así era, los bandidos daban media vuelta y regresaban al bosque.
Aarón aún esperó unos segundos antes de correr hacia su amigo que ni siquiera había hecho amago de moverse puesto que ya intuía que aquella iba a ser su última aventura. Apenas tenía ya fuerzas para hablar cuando llegó a su lado y comenzó a presionar la herida para después intentar hacerle un torniquete.
-          ¿Qué ha pasado, Aarón?
-          No lo sé. Creo que no nos han visto. Te pondrás bien.
-          Estaba delante de ellos.
-          Lo sé. Pero eso no importa ahora. Te voy a sacar de aquí.
-          Aarón, no malgastes tu suerte conmigo…
Fueron sus últimas palabras. Nunca las olvidaría aunque presentía que no había sido la suerte lo que les había librado de aquellos bandidos. No se equivocaba.

jueves, 8 de marzo de 2012

Capítulo IX - 1ª Temp.

Año 2025. Tras La crisis de la década, como se denominó a la severa constricción económica que transcurrió de 2008 a 2018, la debilidad de los estados se hace patente y las múltiples rebeliones surgidas desde todos los estamentos sociales sumergen a muchas naciones en sangrientas guerras civiles. Los ejércitos, divididos entre partidarios de la sublevación y leales al gobierno, ven mermada su capacidad para mantener el orden y contener a los numerosos grupos violentos que asaltan todo tipo de instalaciones en busca de armas, medicamentos o combustible, pero sobre todo, en busca de alimentos. La producción ha caído por debajo de los niveles que garantizan el abastecimiento básico de la población. Las principales redes comerciales se han visto afectadas por el encarecimiento del petróleo, que comienza a escasear. Los rumores acerca de la desviación del crudo a depósitos privados que implican a varios mandatarios no ayudan a mantener la confianza en el sistema. La seguridad se convierte en el principal objetivo y pesadilla de los gobiernos que al ver mermada su capacidad militar temen que otros países amenacen su soberanía, con lo que destinan los pocos recursos que aún conservan a desarrollar medidas defensivas ante posibles invasiones. Esta postura es considerada como un gesto de clara desconfianza y las tensiones internacionales aumentan de manera alarmante. Los acuerdos se rompen, las alianzas desaparecen, las peticiones se tornan amenazas y la diplomacia queda barrida de un plumazo.

No serviría de nada explicar quién comenzó a atacar a quién ni cómo, porque todos los países desarrollados del mundo habían tomado ya medidas encaminadas a un más que probable escenario bélico internacional. Armamento nuclear, biológico, prototipos no probados… Naciones enteras pasando hambre y miserias pero armadas hasta los dientes. Una llamada, una orden, un botón y todo se desencadenó a una velocidad que no dio lugar a vacilaciones. La devastación fue casi total. De ahí que lo llamaran El Apocalipsis.

Podríamos decir que no hubo vencedores ni vencidos, pero mentiríamos. La única economía que había permanecido estable durante la crisis y por tanto, la única nación que había logrado mantenerse fuerte, librándose de sentirse acechada, era China. Mientras el resto de países desarrollados mantenían encarnizadas luchas internas y se debilitaban de cara al exterior, China había ido preparándose para lo que era más que la crónica de una muerte anunciada. Sus numerosos ejércitos rozaban la perfección y su tecnología armamentística había podido evolucionar a cotas muy por encima del resto del mundo. Era el momento perfecto para lograr una expansión sin precedentes y se la habían servido en bandeja.

lunes, 20 de febrero de 2012

Capítulo VIII - 1ª Temp.





Un par de chicos corren despavoridos  a través de un espeso bosque. Las ramas de los árboles les arañan brazos y piernas llegando incluso a desgarrar parte de su carne con violencia, pero no hay dolor ni tiempo para curas, sus vidas dependen de cuán rápido puedan escapar y ocultarse en lugar seguro.  A pocos metros, tras ellos, un grupo de seis o siete intenta darles caza. Llevan mazas y ballestas que disparan sin mucha precisión. Gritan y aúllan para causar terror en sus víctimas. Y lo consiguen. Los dos jóvenes huyen asustados sin saber muy bien cuál fue su culpa pero sí cuál será su destino si los capturan.

El bosque llega a su fin. Una verde y gran llanura se extiende frente a ellos. Se acabó. En cuanto salgan a campo abierto serán un blanco fácil para sus flechas. Pero no tienen alternativa. Correrán con todas las fuerzas que les queden, que no son muchas, e intentarán llegar hasta el río y dejarse llevar por su caudal. Sus perseguidores no arriesgarán la vida en el agua por ellos y los darán por muertos, ya que es imposible sobrevivir a las corrientes que en esta época del año fluyen por los ríos de la zona. Ellos también lo saben. Morir ahogados les parece mejor opción que hacerlo a manos de aquellos salvajes.

Salen del bosque. Uno de los dos se va quedando rezagado. Una rama le ha hecho un corte profundo en la pierna derecha por donde está perdiendo mucha sangre. No lo conseguirán, al menos no los dos. Por eso decide detenerse y ofrecerse en sacrificio para que su compañero pueda tener una oportunidad para escapar con vida. Se deja caer al suelo y presiona la herida para cortar la hemorragia. Piensa en lo ridículo de su gesto y retira sus manos dejando brotar la sangre libremente. Con suerte habrá perdido el conocimiento antes de que le cojan. El otro  se percata de la situación, se gira y se detiene con dudas. Observa como sus perseguidores acaban de salir del bosque. Su compañero está a apenas cincuenta metros de ellos y hay otro tanto hasta donde él se encuentra. No puede ayudarle.

Los cazadores han dejado de gritar. Se han detenido y parecen desorientados. Se miran unos a otros extrañados. Avanzan unos metros con prudencia, como si estuvieran rastreando. Observan la llanura, buscan a sus presas pero no las ven por ningún sitio. Se han esfumado delante de sus narices.

martes, 31 de enero de 2012

Capítulo VII - 1ª Temp.

Si aún existieran los calendarios y alguien siguiera marcando los días, semanas o meses, comprobaría que se encuentra en el año 2527 d.C. El inicio de los conflictos que provocaron El Apocalipsis (como fue llamado por los coetáneos) ocurrió alrededor del año 2018. La crisis económica, que comenzaba una década antes, hizo tambalearse los cimientos del sistema socio-económico, seguido del encarecimiento del petróleo hasta cotas inasumibles y la sublevación del pueblo contra los políticos y bancos, evidentes cabezas de turco. La Unión Europea se desintegra tras la caída de su moneda única y la depreciación de las retomadas divisas nacionales acrecienta las dudas sobre la solvencia de los países. Las bolsas de todo el mundo caen en picado. Las condonaciones de deudas no llegan y comienzan las tensiones diplomáticas tras anunciarse la quiebra de decenas de países. Estados Unidos se ve inexorablemente arrastrado y cede su posición de primera potencia mundial. La única esperanza para la economía global recae sobre el gigante asiático, China, que ha permanecido ajeno a toda crisis.

Pero todo aquello cayó en el olvido y siglos después ya no quedaría nada que recordar. Quizás fuera mejor así, pues la barbarie humana que siguió a aquellos años de incertidumbre económica, no sería digna de ser escrita en los libros de historia.

En una recóndita cueva, unos símbolos extraños grabados en la piedra, llaman la atención de aquel grupo de supervivientes. Unas marcas que ya habían visto antes en la superficie de una extraña plataforma metálica. Sin duda alguna, existía una explicación para aquellas marcas, aunque no alcanzaban a entenderla. Si bien la plataforma parecía estar fabricada por una tecnología que desconocían, las marcas en la roca debían haber sido grabadas hacía muchos años y con instrumentos bastante rudos.

Seguirán su camino ignorando la importancia de aquellos símbolos. No será la última vez que los vean y cuando descubran lo que tras ellos se esconde, sus vidas y quizás la de toda la humanidad, cambiará para siempre.